¿Cómo cantar a Dios en tierra extraña?

Sin cantos a Dios, sin acción de gracias por su amor, sin oración, no hay vida cristiana. Pero ese canto es entonado por personas que viven situaciones históricas determinadas y que desde ella perciben, precisamente, la presencia y también la ausencia de Dios (en el sentido bíblico de la expresión, cf. Jer. 7, 1-7; Mt. 7, 15-21). En el contexto latinoamericano podemos preguntarnos ¿cómo agradecer a Dios el don de la vida desde una realidad de muerte temprana e injusta? ¿cómo expresar la alegría de saberse amado por el Padre desde el sufrimiento de los hermanos y hermanas? ¿cómo cantar cuando el dolor de un pueblo parece ahogar la voz en el pecho?
La pregunta es lacerante y profunda, ella no se satisface con respuestas fáciles que subestimen la situación de injusticia y de marginación en que viven las grandes mayorías de América latina. No obstante, es claro también que esa realidad no silencia el canto, no hace callar la voz del pobre.

El canto de los pobres

Tierra extraña, paso por el desierto, la prueba y el discernimiento. En esta tierra, de la que Dios no está ausente, fructifican también las semillas de una nueva espiritualidad. Desde ella nacen nuevos cantos a Dios, cargados de una auténtica alegría porque se nutre de la esperanza de un pueblo que conoce el sufrimiento provocado por la pobreza y el desprecio.
El pueblo cristiano de América latina vive una experiencia que los salmos expresan con hondura. Con la confianza puesta en “Yahvé ciudadela para el oprimido” (Sal 9, 10) puede proclamar el salmista:

Te doy gracias, Yahvé, de todo corazón
cantaré todas tus maravillas;
quiero alegrarme y exultar en ti
salmodiar a tu nombre, Altísimo
(Sal 9, 1)

Con la seguridad de que Dios “ama la justicia y el derecho” (Sal 33, 5) se puede cantar:

Griten de júbilo, oh justos, en honor de Yahvé
a los rectos les va bien la alabanza;
¡Den gracias a Yahvé con la cítara,
salmodien para él al arpa de diez cuerdas!
Cántenle un cántico nuevo,
toquen la mejor música de la aclamación.
(Sal 33, 1-3)

Extraído de: Gustavo Gutierrez (1989), Beber en su propio pozo, Ed. Sigueme, Salamanca.